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03/02/2020 Lunes 4 (Mc 5, 1-20)


Al desembarcar, le salió al encuentro desde un cementerio un hombre poseído por un espíritu inmundo…Nadie podía con él…Se pasaba las noches hiriéndose con piedras.

Jesús acaba de calmar la tempestad: ¿Quién es éste, que hasta el viento y el lago le obedecen? Ahora se va a encontrar con fuerzas más temibles que las de la naturaleza. Este hombre de Gerasa personifica el mundo infernal dominado por las fuerzas del mal; un mundo de violencia y de muerte. El espíritu inmundo de aquel pobre hombre se llama Legión, porque somos muchos. En verdad, son muchas las catastróficas adicciones que tiranizan al ser humano, o las avasalladoras compulsiones que arrebatan su paz. Pero en medio de la situación más trágica, vemos cómo también aquí resplandece el señorío de Jesús: Legión le suplicaba con insistencia que no los echase de la región. Al final, aquel hombre recobra su dignidad: Vieron al endemoniado sentado, vestido y en sus cabales.

Empezaron a suplicarle que se marchara de su territorio.

Jesús, con su autoridad soberana, ha superado las fuerzas de la naturaleza y del infierno. Ahora parece que su autoridad es insuficiente para superar la educada repulsa de los gerasenos, que no buscan sino que se les deje tranquilos. Jesús se va. Pero no del todo. Cuando el liberado de sus demonios le pide irse con Él, Jesús le dice: Vete a tu casa con los tuyos, y cuéntales todo lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti. Ésta es la vocación de la mayoría de los creyentes.

Vemos aquí, en Gerasa, lo mismo que vemos en la parábola del pródigo. Vemos que es más viable la conversión de los energúmenos que la de los cabales cómodamente instalados.


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