Salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga.
Salió de allí; de Cafarnaún, donde había devuelto la vida a la hija de Jairo. Su fama le precede en Nazaret. Así que cuando, llegado el sábado, se pone a enseñar en la sinagoga, la expectación es grande. Si en el episodio precedente veíamos la mucha fe de Jairo y de la hemorroísa, ahora constatamos la ausencia de fe en los suyos.
¿De dónde le viene esto? ¿No es éste el carpintero? Y se escandalizaban a causa de Él.
Parientes y vecinos que creen conocerle bien pasan de la admiración a la incredulidad y a la hostilidad. No asocian a Dios con lo humilde y lo cotidiano. Se dice, con razón, que somos capaces de renunciar a Dios antes que a la imagen que nos hemos hecho de Él.
Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio.
Es bueno que este dicho popular que Jesús se aplica a sí mismo, nos lo apliquemos nosotros; por activa y por pasiva. Por activa, porque ¡cuánto nos cuesta valorar las cualidades de los más cercanos! Por pasiva, porque ¡cuánto nos gusta el reconocimiento y la gratitud! Los corazones pequeños no saben de reconocimientos y gratitudes. Por otra parte, sabiendo que los corazones pequeños abundan, también en ambientes piadosos, aprendamos a no depender de reconocimientos y gratitudes. Lo de Nazaret es un fenómeno universal.
Y no podía hacer allí ningún milagro.
La fe es fuerza sanadora; produce milagros. Nuestros males, con frecuencia, se encuentran a un nivel más profundo que el cansancio, el estrés o la tensión arterial; un nivel adonde llegamos solamente con la fe.