Llamó otra vez a la gente y les dijo: OÃdme todos y entended.
Primera parte del Evangelio de hoy. Tiene lugar fuera, al abierto. Jesús se dirige a la gente, a todo el mundo. Sus palabras, breves, concluyen asÃ: Quien tenga oÃdos para oÃr, que oiga. Jesús no cree que la gente sea capaz de asimilar sus palabras. Se lo habÃa dicho antes a sus discÃpulos: A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas (Mc 4, 11). Es cierto que su salvación es para todos, pero la comprensión del misterio del Reino de Dios es solamente para los agraciados con el regalo de la fe.
Y cuando, apartándose de la gente, entró en casa, sus discÃpulos le preguntaron sobre la parábola.
Segunda parte del Evangelio de hoy. Tiene lugar dentro, en casa. Están ellos solos, Jesús y los discÃpulos. Lo cierto es que tampoco los discÃpulos pueden alardear de una buena comprensión del misterio del Reino de Dios: ¿Conque también vosotros estáis sin inteligencia? La escasa inteligencia de los discÃpulos se prolongará más allá de la Resurrección. Será el EspÃritu de Pentecostés el que les/nos guiará hasta la verdad completa (Jn 16, 13).
Lo que de fuera entra en el hombre no puede contaminarle… Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre.
Es el corazón el que hace que algo sea bueno o malo. Lo que nos descontamina es la misericordia, el perdón, la solidaridad… Jesús abre una nueva vÃa de acceso a Dios que no está basada en los ritos externos sino en ese gran baluarte de lo humano que es el corazón de las personas (Papa Francisco).