Se habÃan olvidado de llevar pan y no tenÃan en la barca más que uno… DiscutÃan entre ellos porque no tenÃan pan.
Los fariseos, lo veÃamos ayer, no entienden a Jesús. Hoy son los discÃpulos. Están descentrados, preocupados por la falta de pan. Además, discuten echándose la culpa unos a otros ante semejante descuido. Ya han olvidado el reciente milagro de la multiplicación.
¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oÃdos no oÃs?
Es frecuente ver a Jesús echando en cara a los discÃpulos su torpeza y su falta de fe. Le costó mucho hacerles entrar en el camino del Reino. Lo cual resulta consolador para nosotros, los endémicamente reacios a zambullirnos en las aguas vivas del Evangelio. También a nosotros nos pasa que, descentrados por nuestras preocupaciones, tenemos ojos pero no vemos, y oÃdos pero no oÃmos. A veces nos puede el miedo a perder seguridades. Cuando hemos recorrido un buen trecho del camino de la vida, tendemos a instalarnos. Pero la siempre novedosa novedad del Evangelio nos importuna y nos descoloca.
Dice el Papa Francisco que el Evangelio conlleva siempre riesgo e intemperie. Creer es arriesgar y comprometerse. Ante tanta y tan continua exigencia es fácil sucumbir a la tentación, especialmente al atardecer de la vida, de decidir que ya nos hemos arriesgado y comprometido lo suficiente, y que ya nos hemos ganado el derecho a tumbarnos definitivamente en un cómodo sofá. El remedio ante tal tentación es la oración con el Evangelio. El Evangelio no permite complacencias, instalaciones, letargos, o sedentarismos del espÃritu.