Se acercó uno a Jesús y le preguntó: Maestro, ¿Qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?
El hombre parece tenerlo todo para vivir satisfecho: juventud, riquezas, honradez, piedad… Pero no; no vive satisfecho. Acude a Jesús pidiendo orientación porque entiende que le falta algo; quizá no duerme tranquilo. ¿Qué me queda por hacer? Está dispuesto a hacer lo que sea para disfrutar de una vida mejor.
Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme… Se fue triste porque era rico.
¿Qué esconde esa tristeza? ¿Quizá aquel hombre se va triste porque le gustaría seguir el consejo de Jesús pero se ve incapaz? ¿O quizá se va triste porque no entiende que pueda haber cosas imposibles de conseguir con el propio esfuerzo? Para este hombre la salvación y la santidad no son otra cosa que negocios que salen bien a quien bien los gestiona. Las riquezas son como las cataratas que nublan los ojos e impiden una visión correcta de las cosas de Dios. Y para que Dios tome el control de una vida, hay que dejar vacío el asiento del conductor.
A este hombre, y a cuantos piensan como él, le viene bien escuchar estas palabras de Jesús: Sin mí no podéis hacer nada (Jn 15, 5); junto con estas otras: Quien cree en mí hará las obras que yo hago e incluso mayores (Jn 14, 12). También le son saludables estas palabras del Papa Francisco: Vives cerrado, no tienes horizontes, no tienes esperanza. Al final tendrás que dejarlo todo (Papa Francisco).
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