El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña.
Suele ser llamada parábola de los obreros de la viña; debería ser llamada parábola del propietario generoso, porque él es el verdadero protagonista con sus actuaciones tan peculiares. Él es quien sale en busca de obreros a la salida del sol, a media mañana, a mediodía, a media tarde; incluso cuando el sol comienza a apagarse. ¿Por qué no manda a su capataz a la plaza en busca de obreros? Él es, sobre todo, quien ordena que al final de la jornada se pague a todos el mismo salario. Cosa que, a quienes han trabajado desde la mañana soportando la fatiga y el calor del día, no les parece justo. Y protestan. A uno de los que protestan, el propietario responde con unas palabras que contienen la enseñanza central de la parábola:
¿No puedo disponer de mis bienes como me parezca? ¿Por qué tomas a mal que yo sea generoso?
El propietario, al repartir sus bienes, no tiene en cuenta méritos, sino necesidades. Por eso que todos, ya que todos tenemos idénticas necesidades, podemos confiar en el propietario de la viña. Porque Dios es igualmente bueno con todos, lo merezcamos o no.
Los viñadores de la primera hora son como el hijo mayor que se lamenta por la esplendidez de la acogida hecha a su hermano. El propietario de la viña es el Dios de Jesús, el Dios de la gratuidad. No sabe de proporcionalidad. Le preocupan más los desempleados de la plaza que la propia viña; como aquel pastor preocupado con la oveja perdida más que con las noventa y nueve seguras en el redil.
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