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21/11/2024 La Presentación de María (Lc 19, 41-44)

Si al menos en este día supieras cómo encontrar lo que conduce a la paz.

Jesús, como buen judío, sentía como suyas las palabras del salmo: Que se me pegue la lengua al paladar si no te recuerdo, si no exalto a Jerusalén como colmo de mi alegría (Salmo 137 6). Lloró ante las murallas de su querida ciudad, tan empedernidamente cerrada a los caminos de la paz por la indiferencia de sus habitantes y por el rechazo de sus dirigentes.

Jerusalén significa ciudad de la paz. Pero el orgullo le impidió conocer la paz. Sabiéndose pueblo escogido, y poseedora de la verdad, se armó de intransigencia y cerró sus puertas a toda novedad, cuando estaba llamada a ser habitada como ciudad abierta debido a la multitud de hombres y ganados que albergará en su interior. Y seré para ella muralla de fuego en torno y gloria dentro de ella (Zac 2, 8-9).

La contemplación de las lágrimas de Jesús nos adentra en su humanidad. Nos hace ver que conoce lo que somos por dentro. Nos abre la puerta a poner ante Él lo que nos priva de la paz.

Si al menos en este día supieras cómo encontrar lo que conduce a la paz.

Vienen a la mente las palabras de Jesús a la samaritana: Si conocieras el don de Dios. La mujer sí llegó a conocerlo y hacerlo suyo; así fue cómo su vida se transfiguró. Pero Jerusalén, y el pueblo judío en general, lo rechazó. Claro que siempre queda el consuelo de la infalible fidelidad de Dios: El endurecimiento parcial que sobrevino a Israel durará hasta que entre la totalidad de los gentiles, y así, todo Israel será salvo (Rm 11, 25-26).

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