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22/01/2024 San Vicente (Mc 3, 22-30)

Los letrados que habían bajado de Jerusalén decían: Lleva dentro a Belcebú y expulsa los demonios con el poder del jefe de los demonios.

Hace unos días eran sus familiares los que pensaban que Jesús había perdido el juicio. Hoy son los sabios de la religión judía quienes llegan a la misma conclusión. Jesús reacciona con un razonamiento lleno de sentido, para luego pronunciar las palabras más duras que salen de sus labios.

El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tiene perdón jamás, antes es reo de un delito eterno.

Siendo palabras tan fuertes, podríamos pensar que nada tienen que ver con nosotros, los buenos cristianos. Pero deberíamos entender que la sombra de la blasfemia contra el Espíritu Santo puede cernirse sobre la vida de piadosos creyentes. Así es cuando dejamos de ver el dedo de Dios en todo lo que sucede, dentro o fuera de nosotros. Así es cuando vivimos en una actitud general de desaliento, de amargura, de pesimismo ante lo mal que van las cosas. La sombra de la blasfemia contra el Espíritu Santo nos aleja de la Luz.

Jesús dijo esto porque ellos decían que tenía dentro un espíritu inmundo.

Este Evangelio es un toque de atención y una invitación. Un toque de atención ante una pobre visión humana, horizontal y superficial, de la vida; una invitación a un correcto discernimiento, a una visión divina, vertical y profunda, de toda realidad. El discernimiento no supone solamente una buena capacidad de razonar o un sentido común; es también un don que hay que pedir. Si lo pedimos confiadamente al Espíritu Santo, y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo, seguramente podremos crecer en esta capacidad espiritual (Papa Francisco).

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