Al que el Padre consagró y envió al mundo, ¿vosotros decís que blasfema porque dijo que es Hijo de Dios?
Es la última confrontación de Jesús con la autoridad religiosa. Tiene lugar en el contexto de la fiesta de la Dedicación (Janucá). Se celebra la victoria de los Macabeos sobre los sirios con la Dedicación del segundo Templo de Jerusalén el año 165 a. C. (1 Mac 4).
Jesús suele referirse a sí mismo como Hijo del Hombre; es su título preferido. Quiere que, en su persona, miremos ante todo a quien se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres (Flp 2, 7).
Pero, aunque con menor frecuencia, también habla de sí mismo como Hijo de Dios. Por ejemplo, al enterarse de que su amigo Lázaro está enfermo, dirá a los discípulos: Esta enfermedad…, es para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Y se nos oferce la profesión de fe de Marta: Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.
Los judíos, como los no creyentes de todos los tiempos, tienen razones para oponerse a Jesús. Para la razón, una persona de carne y hueso que se declara Dios está chiflada. Lo normal es no creer; lo raro es creer. Los creyentes, como los discípulos de Pentecostés, hemos sido alienados por el Espíritu; bendita y gozosamente alienados: ¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron (Lc 10, 23-24). Lo nuestro no es creer en una doctrina, sino en la persona de Jesús de Nazaret, hombre verdadero y Dios verdadero.
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