No podéis servir a Dios y al dinero.
Dios es amor, misericordia, compasión. Pero cuando el dinero se convierte en ídolo para una persona o una sociedad, esa persona o sociedad se sitúan en las antípodas de Dios; se oponen frontalmente al proyecto de paz y de bienestar de Dios para los hombres. La idolatría del dinero deshumaniza al hombre. En verdad, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos (Mt 19, 24).
Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis.
El niño que viviera constantemente en la angustia de que su madre le dejara caer, ¿sería razonable? (Santa Teresa Benedicta de la Cruz). Para asimilar mejor sus palabras, Jesús nos invita a contemplar la naturaleza: Mirad las aves del cielo… Observad los lirios del campo. Quien sabe mirar percibe fácilmente en la naturaleza la presencia entrañable de Dios, su asombrosa sabiduría, su deslumbrante belleza. Y que el ser humano es, para el Creador, la más importante de sus criaturas: Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?
Las riquezas y las preocupaciones del mundo nos hacen olvidadizos del pasado, confusos en el presente, inciertos sobre el futuro. Es decir, hacen perder de vista los tres pilares sobre los cuales se funda la historia de la salvación cristiana: un Padre que nos eligió en el pasado, nos hizo una promesa para el futuro y a quien hemos dado una respuesta estableciendo con Él, en el presente, una alianza (Papa Francisco).
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