La primera lectura, tomada del Cantar de los Cantares, nos ha ofrecido un retrato admirable de María Magdalena: Me levanté y recorrí la ciudad por las calles y las plazas, buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Luego, en el Evangelio, la hemos contemplado en vivo: El primer día de la semana, muy temprano, todavía a oscuras, va María Magdalena al sepulcro y observa que la piedra está retirada del sepulcro.
Jesús la había liberado de una vida desgraciada; el Evangelista Lucas nos dice que de ella habían salido siete demonios (Lc 8, 2). Desde aquel momento su vida será inseparable de la de Jesús; inseparable junto a la cruz, inseparable junto al sepulcro. La contemplamos camino del sepulcro antes del amanecer, llorosa y desolada. El Papa Francisco dice que María Magdalena llora porque a veces en nuestra vida los anteojos para ver a Jesús son las lágrimas. Viendo a esta mujer que llora, también nosotros podemos pedir al Señor la gracia de las lágrimas. El llanto nos prepara para ver a Jesús.
Contemplamos a Magdalena en el momento del sobresalto al ver el sepulcro abierto. Contemplamos a Magdalena, sobre todo, en el momento en que escucha su nombre pronunciado por quien ella creía ser el hortelano. Su vida vuelve a llenarse de luz; aunque con una tonalidad muy distinta, porque Jesús le dice:
Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Pero vete a mis hermanos y diles…
Jesús impone a Magdalena una relación diferente a la vivida hasta ese momento. Si quiere encontrar al amor de su vida tendrá que buscarle en los hermanos, haciéndose misionera y apóstol. Y María fue y anunció a los discípulos: He visto al Señor y ha dicho esto.
"Me levantaré y rondaré por la ciudad, por las calles y las plazas, buscaré al amor de mi alma”.
Señor, yo como la amada quiero buscarte y encontrarte por las calles y las plazas del mundo, y por todos los acontecimientos de mi vida; buscarte con descaro, sin miedos, con confianza, porque Tú eres mi amado, y en esa intimidad de amante, Señor, hoy acudo a Ti y te presento a otra amada tuya, se llama Sara y también está profundamente enamorada de Ti; te pido Señor que la cures; si quieres puedes sanarla.
¡Gloria a Dios!