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22/08/2020 María, Reina (Mt 23, 1-12)

Haced y observad todo lo que os digan, pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen.

La dura crítica de Jesús a los dirigentes religiosos de su tiempo sigue siendo válida en los nuestros. Así es siempre que se viven los cargos de responsabilidad y liderazgo más como ventajas personales que como servicio desinteresado.

Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar Rabbí, porque uno solo es vuestro maestro, y vosotros sois todos hermanos.

Vanidad, incoherencia, dureza de corazón…, son cosas que no deberían aparecer en una comunidad de seguidores de Jesús. La fraternidad y el servicio deben constituir las señales de identidad de la comunidad cristiana: Nada hagáis por ambición, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando a los demás como superiores a uno mismo, sin buscar el propio interés sino el de los demás (Flp 2, 3).

El primero entre vosotros será vuestro servidor.

Las ansias de grandeza y poder que se daban entre aquellos primeros discípulos de Jesús siguen vivas entre nosotros. Resulta sorprendente la buena salud de tales ansias en nuestra jerarquía eclesial. Basta con recordar sus pomposos títulos. ¿Tan difícil será crear una comunidad más fraterna, más amable y más sencilla?

De todos modos, la infidelidad jerárquica a las palabras de Jesús no justifica ninguna infidelidad personal. Todo creyente está llamado a seguir con coherencia las pautas del Evangelio de Jesús. Todo creyente está llamado a descubrir y seguir el estilo de vida del Evangelio; a vivirlo con gozo, sin dejarse contaminar por conductas poco ejemplares de los investidos de autoridad.

HUMILDAD es una de las palabras más queridas de la espiritualidad cristiana. Nos la vamos apropiando cuando nos mantenemos cerca de quien dijo: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29).

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