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22/08/2024 María, Reina (Mt 22, 1-14)

El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo.

Es una parábola con dos partes. En la primera, los invitados a la boda, el pueblo judío, rechaza la invitación y paga cara su ofensa. Luego el rey envía a sus criados que hacen entrar en la sala del banquete a todos los que encuentran, malos y buenos, hasta que la sala se llena de comensales.

Esta parábola, como la anterior de los viñadores homicidas, va dirigida a los sumos sacerdotes y fariseos que comprendieron que estaba refiriéndose a ellos (Mt 21, 45). Pero Dios, ante el rechazo y la ingratitud, no desiste en su empeño. Lo que se propone, lo consigue. Y Él quiere, como dice san Pablo, que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad (1 Tim 2, 4).

La segunda parte de la parábola resulta enigmática. No se ha pedido ningún requisito a los nuevos invitados y, sin embargo, cuando el rey entra en la sala del banquete y ve a uno sin traje de boda, le dice: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda? ¿Cómo entender esto?

La respuesta a esta pregunta la encontramos en la parábola del pródigo. Aquel muchacho desarrapado y hambriento es absolutamente incapaz de procurarse un traje de boda. Pero hay que revestirse adecuadamente: Revestíos del Señor Jesucristo (Rm 13, 14). Revestíos del hombre nuevo y de entrañas de misericordia (Col 3, 10; 12). Será Dios quien nos engalane, como hizo aquel padre con su hijo pródigo: Traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies (Lc 15, 22).

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