Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres.
Lucas nos ofrece los nombres de tres de ellas: María de Magdala, Juana de Cusa, y Susana. Pero eran otras muchas. Mateo habla de ellas cuando la muerte de Jesús: Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle (Mt 27, 55). Después de la Ascensión volvemos a ver juntos a todos ellos en el cenáculo, ellos y ellas: Todos ellos, con algunas mujeres, la madre de Jesús y sus parientes, persistían unánimes en la oración (Hechos 1, 14).
Lo acompañaban. Recorren pueblos y aldeas de Galilea proclamando la Buena Noticia del reinado de Dios. La gente se sorprendería viendo tantas mujeres entre los discípulos de Jesús. En aquella sociedad tan piadosa y tan patriarcal, la mujer era considerada fuente de impureza. Lo importante en una mujer sería un vientre fecundo y unos pechos capaces de amamantar a los hijos: Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron. Pero Jesús no lo ve así: Dichosas más bien las que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen (Lc 11, 27-28). La mayor grandeza del ser humano, hombre o mujer, radica en su capacidad para asimilar el mensaje del Reino.
Igual que entre los discípulos varones, también entre las discípulas mujeres las hay con pasados más luminosos y con pasados más oscuros. Pero Jesús no atiende al pasado de una persona. Para Jesús, el punto de referencia de una mujer no es un esposo o unos hijos, sino Dios. Ella es el rostro femenino de Dios. Tan imagen de Dios la mujer como el varón: Creó al ser humano a su imagen, hombre y mujer los creó (Gen 1, 27).
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