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22/09/2024 Domingo 25 (Mc 9, 30-37)

Se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos.

Jesús está tratando de convencer a los discípulos de que su mesianismo no es un mesianismo de poder, sino de servicio. En otra ocasión dirá: El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos (Mc 10, 45). Por ahora no lo va a conseguir, y ellos continuarán enzarzados en sus rivalidades: Por el camino iban discutiendo quién era el más grande. Pensaban, y es lo más lógico humanamente hablando, que el poder de Dios se manifiesta mejor en el éxito.

El Papa Francisco comenta: Si queremos seguir a Jesús, debemos recorrer el camino que Él mismo ha trazado, el camino del servicio. Nuestra fidelidad al Señor depende de nuestra disponibilidad a servir.

La mejor estampa del mejor servicio es la de Jesús lavando los pies de sus discípulos. Cuando acaba, les dice: Os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros (Jn 13, 15).

Pero estemos atentos porque nuestro ladino yo es capaz de transformar el servicio en autoservicio, como sucedió a Marta de Betania. La buena mujer llegó a hacer del servicio un instrumento de dominio, y no dudó en dar órdenes al mismo Señor: Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude (Lc 11, 40).

La auténtica actitud de servicio, más allá de la actividad exterior, es cosa del corazón. San Pablo la describe así: Nada hagáis por ambición ni por vanagloria, sino con humildad, considerando a los demás como superiores a uno mismo, sin buscar el propio interés sino el de los demás (Flp 2, 3).

No es fácil poner a los demás por delante de uno mismo; poner a los demás incluso por delante de Dios. No es fácil pero hay que aspirar a ello porque, como nos lo ordenó el Señor, el prójimo es lo primero en nuestra vida.

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