22/09/2025 Lunes 25 (Lc 8, 16-18)
- Angel Santesteban

- 21 sept
- 2 Min. de lectura
Nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija.
Es la lámpara con la luz del Evangelio que resplandece en la vida del creyente. El creyente es persona luminosa; su luz discreta no hiere los ojos. Es una luz con gran poder de atracción. Como la luna refleja la luz del sol, así el creyente refleja la luz de Jesús. La irradia al saberse salvado y convencido de que, por muy malvados que seamos los hombres, nunca podremos destruir la salvación del mundo realizada por Jesús en la cruz.
Al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará.
Este tener y no tener, no se refiere a una cuenta bancaria; se refiere a la fe. Es que no hay pobreza más radical que la de quien carece de la luz de la fe. A quien la tiene, a quien está abierto a Dios, se le dará la vida en abundancia. A quien no la tiene, se le quitará la poca vida que cree tener.
Nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija.
Entendamos que la figura de la lámpara es, en primer lugar, una pincelada autobiográfica de Jesús, Luz del mundo (Jn 8, 12); lámpara que será puesta en el candelero de la cruz: Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy (Jn 8, 28).
Entendamos también que la figura de la lámpara se refiere también a nosotros: Vosotros sois la luz del mundo (Jn 5, 14). Es lo que estamos supuestos a ser. Si no nos corresponde brillar como el sol del mediodía, nos corresponderá brillar como la luna iluminando las tinieblas de la noche.
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