Los fariseos le envían sus discípulos, junto con los herodianos.
Fariseos y herodianos no simpatizaban entre sí. Pero se unen cuando se trata de enfrentarse a Jesús. Las diferentes tendencias políticas de entonces tendían a identificarse con distintas maneras de entender lo religioso, como sucede en nuestros días.
Cuando Jesús escogió a los Doce apóstoles, no tuvo en cuenta ni sus pasados, ni sus predilecciones religiosas o políticas.
Fariseos y herodianos han tramado una pregunta-trampa: ¿Es lícito pagar el impuesto al César o no? Sea cual sea la respuesta, Jesús perderá prestigio. Jesús pide que le enseñen la moneda del impuesto y responde: Pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.
Al César lo que es del César. La moneda llevaba inscrita la imagen del César; pertenecía al César. A Dios lo que es de Dios. El hombre lleva inscrita en lo más profundo de su ser la imagen de Dios; pertenece a Dios. Todos los hombres; también el César. Por eso que cuando salimos de la órbita de Dios nos desquiciamos.
A Dios lo que es de Dios. Es el mensaje central del episodio. Lo olvidamos cuando nos dejamos guiar por la mentalidad mundana que tan fácilmente se cuela entre nosotros. Esa mentalidad mundana que el Evangelista Juan llama MUNDO, y que borra del hombre la imagen de Dios: El mundo no lo conoció (Jn 1, 10). También: si el mundo os odia, antes me ha odiado a mí (Jn 15, 18). El mundo, hostil a Dios, es hostil a la felicidad humana.
Los seguidores de Jesús cumpliremos, como cumplía Él, nuestros deberes cívicos, sin dejarnos etiquetar por ninguna sigla política. El punto de referencia de nuestra vida no puede ser otro que el Evangelio. En caso de simpatizar con alguna sigla política, no usaremos el nombre de Dios para legitimar tal postura.
Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Los cristianos, con columna vertebral propia. Sin achicarnos ante el mundo, porque: Tened buen ánimo, yo he vencido al mundo (Jn 16, 33).
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