Tened la cintura ceñida y las lámparas encendidas. Sed como aquellos que aguardan a que el amo vuelva de una boda para abrirle en cuanto llegue y llame.
Pedro, en su primera carta, nos explica en qué consiste eso de mantener la cintura ceñida: Ceñíos los lomos de vuestro espíritu, sed sobrios, poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os procurará mediante la Revelación de Jesucristo (1 P 1, 13).
Dichosos los criados a quienes el amo, al llegar, los encuentre velando. Os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá.
La espera puede ser larga, pero la esperanza evitará el bostezo o el sopor. La esperanza hace de la espera un tiempo de dinamismo y de compromiso. El vivir esperando la venida gloriosa de nuestro Salvador Jesucristo hace que descubramos al Señor en toda persona que encontramos y que la atendamos como si del mismo Señor se tratara. En toda persona, tanto la que está detrás de un rostro amable como la que está detrás de un rostro molesto. El esfuerzo debe ser continuo para mantener abiertos los ojos y los oídos para descubrirle y para escucharle. Creer y esperar en cristiano significa vivir en actitud permanente de servicio.
El Señor nos dice que estemos preparados para el encuentro. La muerte es un encuentro: es Él quien viene a encontrarnos, es Él quien viene a tomarnos de la mano y llevarnos con Él. Esto es simplemente Evangelio, es simplemente la vida, simplemente decirse el uno al otro: todos somos vulnerables y todos tenemos una puerta a la que el Señor llamará algún día (Papa Francisco).
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