22/12/2024 Domingo 4º de Adviento (Lc 1, 39-45)
- Angel Santesteban
- 21 dic 2024
- 2 Min. de lectura
Entonces María se levantó y se dirigió apresuradamente a la serranía, a un pueblo de Judea. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
La escena de la Anunciación había concluido así: El ángel la dejó y se fue. María queda sola. Sola con un misterio que le sobrepasa. Tiene motivos para encerrarse en sí misma y para dar vueltas a tantos interrogantes y dudas que se le presentan. Pero, no:
María se levantó. Aprendamos de la Virgen esta forma de reaccionar: levantarnos, sobre todo cuando las dificultades amenazan con aplastarnos. Levantarnos para no empantanarnos en los problemas, hundiéndonos en la autocompasión o cayendo en una tristeza que nos paraliza. Pero, ¿por qué levantarnos? Porque Dios es grande y está preparado para levantarnos si nosotros le tendemos la mano. Entonces arrojemos en Él los pensamientos negativos, los miedos que bloquean todo impulso y que impiden ir adelante. Y después hagamos como María: miremos a nuestro alrededor y busquemos alguna persona a la que podamos ser de ayuda (Papa Francisco).
Y saludó a Isabel. María saluda y abraza a su prima y amiga. Intuye que Isabel sí será capaz de comprenderla, incluso antes de que se sienten y comiencen a hablar. Con el saludo, todo se ilumina, porque el Espíritu ha entrado en acción.
En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno.
Isabel se había mantenido enclaustrada y muda, como su marido: Se quedó escondida cinco meses (Lc 1, 24). Ahora, tres meses antes que a Zacarías, a Isabel le estallan el seno y el corazón.
En esta escena de la Visitación contemplamos a las dos madres, Isabel y María. No entienden el misterio, pero presienten que sus excepcionales maternidades forman parte del gran proyecto de salvación de Dios. Contemplamos y nos dejamos contagiar del gozo de las dos amigas que se felicitan mutuamente ante la llegada al mundo de la Buena Noticia.
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