Muchos judíos que habían ido a visitar a María y vieron lo que hizo creyeron en Él.
El Evangelista Juan nos dice que fueron muchos los que creyeron en Jesús al ver cómo había devuelto a la vida el cadáver en descomposición de Lázaro. Pero la fe de aquellos muchos no debió ser de muchos quilates. Aparte el efusivo momento de la entrada triunfal en Jerusalén, la autoridad religiosa no encontrará resistencia a su persecución a muerte contra Jesús: Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes para que quien conociese su paradero lo denunciara, de modo que pudieran arrestarlo. Así suele ser la fe de las multitudes: Jesús no se confiaba a ellos porque los conocía a todos (Jn 2, 24).
No entendéis nada. ¿No veis que es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que muera toda la nación?
Quien así habla es Caifás, suprema autoridad religiosa en aquel momento. Caifás, sin ser consciente de ello, se convierte en portavoz de Dios proclamando que Jesús muere por todos, no solo por la nación. Caifás, sin ser consciente de ello, se convierte también en icono de quienes cometen las más terribles barbaridades aduciendo que el fin justifica los medios.
Jesús no aparece en este Evangelio. Ha decidido esperar su hora escondido en el desierto. La gente se pregunta: ¿Qué os parece? ¿Vendrá a la fiesta? El Papa Francisco, ante este Jesús fugitivo, hace esta reflexión: No tengáis miedo a las persecuciones, a las incomprensiones. Para los cristianos siempre habrá persecuciones e incomprensiones. Pero hay que afrontarlas con la certeza de que Jesús es el Señor. Éste es el desafío y la cruz de nuestra fe.
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