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23/07/2024 Santa Brígida (Mt 12, 46-50)

Señalando con la mano a sus discípulos, dijo: ¡Ahí están mi madre y mis hermanos! Cualquiera que haga la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.

Le han pasado el aviso de que sus familiares, también su madre, están ahí fuera y quieren hablar contigo. Su reacción parece descortés hacia su madre. Ella no lo ve así. Al contrario, escucha las palabras de su hijo y se siente halagada. Entiende que Jesús establece una nueva familia en la que el vínculo principal, por delante de todo otro vínculo, es la fe: Quien cumple la voluntad del Padre, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.

Por eso, si para el creyente las relaciones de la sangre encajan bien con las de la fe, bendito sea Dios. Pero si las relaciones de la sangre no encajan con las de la fe, entonces el creyente tendrá que saber relativizar los lazos familiares humanos, como lo hizo la madre de Jesús. A veces, como en esta ocasión, con mucho dolor, ya que sus parientes la han llevado medio secuestrada. Piensan que la presencia de la madre ofrece mayores garantías de éxito a su misión de devolver Jesús a Nazaret; un Jesús que, según ellos, ha perdido el juicio (Mc 3, 21).

Los seguidores de Jesús estamos llamados a vivir toda relación humana teniendo como punto de referencia la relación de las tres personas divinas entre sí, y la relación de Dios con el hombre; relaciones siempre movidas por el amor gratuito. ¿Ideal quimérico? Si Él nos lo pide, no debe serlo: Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5, 48). Nos asegura, además, que si pedimos recibimos; y que nada hay imposible para Dios.

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