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23/08/2020 Domingo 21 (Mt 16, 13-20)

¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?

El Hijo del Hombre. La gente prefiere llamarle hijo de David. En algunas ocasiones le llaman incluso Hijo de Dios. Pero Él prefiere llamarse a sí mismo Hijo del Hombre. Es expresión original suya; solamente se encuentra en los Evangelios. Subraya su condición humana, humilde.

Simón Pedro contestó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Hay fórmulas, expresiones de fe, que proceden de la memoria; suelen carecen de contenido vital. Otras fórmulas, como la de Pedro hoy, brotan del más profundo centro del alma; de donde mora el Espíritu. Aunque, como sucede a Pedro, pueden ser pronunciadas sin comprender todo su alcance.

En Pedro, esta confesión marca un antes y un después en el itinerario de su fe. Antes, su fe era infantil; no iba más allá de lo que la gente veía en Jesús: uno de los profetas; nada más. Ahora se le ha dado un conocimiento superior. Pero todavía le queda el gran paso en el itinerario de su fe que todo creyente debe hacer en su vida: la aceptación de la cruz. Ese momento le llega a Pedro con el canto del gallo en la noche de su traición.

Si pensamos que creemos en Jesús porque creemos en unas verdades de fe, o porque creemos en lo que la Madre Iglesia cree, nuestra fe es todavía infantil. Somos creyentes adultos solamente cuando hay en nuestra vida una relación personal con el Hijo del Hombre, el Crucificado y Resucitado.

Debemos tener claro que el Señor Jesús nos llama no tanto al cumplimiento de unos mandamientos y unas devociones. Tengamos claro que el Señor Jesús nos llama a una relación personal con Él. Una relación que transforma la existencia de manera absoluta. A esto nos conduce el Evangelio, la Buena Noticia. Nos conduce a una existencia dominada por el asombro, la admiración, la alegría, la gratitud. En una palabra, a la experiencia de salvación tal como puede ser disfrutada en esta vida.

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