El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña.
La llamamos parábola de los viñadores, pero sería más acertado llamarla parábola del amo generoso. Él es el protagonista de la parábola; los demás son meras comparsas. Frente a la idea farisea y mercantilista de la religión, que nos dice que recibimos según lo que merecemos, Jesús nos dice con esta parábola que recibimos según lo que necesitamos. Es una parábola desconcertante y provocadora, especialmente para quienes todavía conservamos la idea farisea y mercantilista de la religión. Como lo es la parábola del gran banquete en la que, al final, se obliga a todo el mundo a entrar a la sala del banquete (Lc 14, 23).
Los humanos entendemos la justicia como el dar a cada uno según sus merecimientos. Los Divinos entienden la justicia como misericordia; entonces la justicia consiste en dar a cada uno sin atender a sus merecimientos. Esto es algo que nos cuesta asimilar a los piadosos. Por eso podríamos reaccionar negativamente ante palabras como: Los publicanos y las prostitutas llegan antes que vosotros al Reino de Dios (Mt 21, 31). O nos podría parecer improcedente el comportamiento del pastor que, cuando encuentra la oveja extraviada, vuelve con ella sobre los hombros al redil más contento que unas pascuas.
Dios es amor, y el amor no sabe de medidas o cálculos. El himno de san Pablo al amor lo aplicamos en primer lugar a Dios: El amor es paciente, no se irrita, no apunta las ofensas. Todo lo aguanta, todo lo soporta (1 Cor 13, 4-7).
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