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23/09/2024 San Pío de Pietrelcina (Lc 8, 16-18)

Nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija, o la pone debajo de la cama, sino que la pone en el candelero, para que los que entran vean luz.

Aplicamos esta parábola a Jesús: Yo soy la luz del mundo (Jn 8, 12). La luz es alegre, hermosa, irradiante, efusiva. Los astrónomos dicen que estamos viendo hoy la luz emitida por unos astros hace miles de millones de años-luz. Los creyentes decimos que la luz, que es Jesús, lo penetra y lo transfigura todo.

Esa luz hace que los creyentes descubramos el gran proyecto de Dios en la historia, como le fue dado descubrir a Pablo: Todo fue creado por Él y para Él (Col 1, 16). Esa luz hace que los creyentes comprendamos que el mundo ya está salvado, aunque el mundo y muchos cristianos no lo sepan; el mundo no se está deslizando hacia el caos, sino hacia los brazos amorosos de Abbá. Esa luz hace que los creyentes veamos con gran claridad la propia pecaminosidad. Pero los vemos con los ojos de Dios y ni nos asustamos ni nos desmoralizamos, porque: He aquí un hecho consolador: mis debilidades, mis aversiones, mi ignorancia, hasta mis propios defectos cantan la gloria del Eterno (Santa Isabel de la Trinidad).

La pone en el candelero. El candelero es la cruz, la suprema manifestación del amor de Dios: Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12, 32).

Al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener. ¿Al que tiene qué? La luz de la fe. Al que la tiene se le dará más, y a quien no la tiene se le quitará incluso la que cree tener.

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