Se acercaron algunos de los saduceos, los que sostienen que no hay resurrección.
Era un grupo religioso conservador; no aceptaban doctrinas novedosas, como la de la resurrección de los muertos. Es que la fe judía descubrió esta realidad en época tardía. El texto más explícito del Antiguo Testamento sobre el tema es del año 160 antes de Jesús: Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno. Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad (Dan 2, 2-3).
¡Tanto tardó la fe judía en enterarse de que el amor de Abbá no puede dejar caer en el vacío de la nada a sus hijos y que el amor es más fuerte que la muerte! El amor es la más universal, la más formidable y la más misteriosa de las fuerzas cósmicas (Teilhard de Chardin).
Claro que la fe en la resurrección de los muertos, como dice Jesús, se encuentra implícita también en los libros de Moisés: Que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.
El Papa Francisco comenta: El nombre de Dios está unido a los nombres de los hombres y de las mujeres con los cuales Él se relaciona, y este nexo es más fuerte que la muerte. Esta es una ligación definitiva, la alianza fundamental con Jesús que es la Vida y la Resurrección, porque con su amor crucificado ha vencido a la muerte.
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