¡Hosana! Bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino de nuestro padre David que llega. ¡Hosana al Altísimo!
La multitud está enfervorecida. Gritan ¡vivas! y alfombran el camino con sus mantos y con ramos de árboles. Llegan incluso a aplicar a Jesús las palabras del salmo 118: Bendito el que viene en nombre del Señor. Claro que la idea del reino de la multitud es nacionalista y guerrera; poco que ver con la idea de Jesús. Por eso que, cuando se den cuenta de ello, le abandonarán. Los que ahora corean ¡VIVAS!, gritarán después ¡CRUCIFÍCALES!
El Papa Francisco comenta: Su gente le acoge con solemnidad, pero Él entra en Jerusalén sobre un humilde burrito. Su gente espera celebrar la victoria sobre los romanos con la espada, pero Jesús viene a celebrar la victoria de Dios con la cruz.
Que nosotros vivamos este domingo de Ramos y toda la Semana Santa en la mejor sintonía con Jesús. La segunda lectura nos da la clave para ello. San Pablo, en la segunda lectura, nos ofrece la luz para entender la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Nos dice: Se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo… Se hizo obediente hasta la muerte de cruz… Por eso Dios lo exaltó sobre todo… Toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
La visión que la piedad popular tiene de la pasión y muerte de Jesús es entrañable pero limitada. Se acerca a la cruz con devoción y con lágrimas de pena, desde la convicción de que somos nosotros los responsables de tanta sangre. Debemos penetrar más hondo en el misterio de la cruz y acercarnos al Crucificado con lágrimas de gozo, ya que es Él el verdadero responsable de todo. Porque tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo. Y este Hijo, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. El extremo de la cruz.
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