Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz y tuvo un hijo.
Celebramos el nacimiento de Juan Bautista seis meses antes de celebrar el nacimiento de Jesús. Lucas comienza su Evangelio con los anuncios de ambos nacimientos. Luego nos relata los nacimientos. Pretende que comparemos y veamos las diferencias. Juan nace en el seno de una familia sacerdotal; Jesús en una familia normal y corriente. Zacarías, el padre de Juan, no cree lo que se le anuncia y queda mudo; María, la madre de Jesús, cree y canta. La madre de Juan es una anciana estéril; la de Jesús, una muchacha virgen.
Juan marca la línea divisoria entre lo antiguo y lo nuevo, pues hasta Juan todos los profetas y la ley eran profecía (Mt 11, 13). Juan, como dice san Agustín, es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo.
Querían ponerle el nombre de su padre.
Todos dan por hecho que el niño se llamará Zacarías. Es la costumbre. Las costumbres mantienen cohesionada la vida de las personas. Pero cuando Dios interviene lo revoluciona todo y hasta las cosas más santas saltan por los aires. Isabel y Zacarías ya no serán los de antes. Perciben en el horizonte las palabras del ángel de Belén: Os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo (Lc 2, 10).
Esta fiesta del nacimiento del Bautista es también una invitación a reavivar en nosotros la conciencia de sentirnos especialmente queridos desde el momento en que fuimos concebidos, y especialmente llamados a preparar los caminos del Señor de modo que con nuestra oración y nuestra vida hagamos llegar a otros la vida en abundancia que nos trae el Hijo de María.
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