Una generación malvada y adúltera reclama una señal, y no se le concederá más señal que la señal del profeta Jonás.
Los milagros de Jesús no son suficientes para los enemigos de Jesús; ellos exigen un milagro extraordinario y contundente. Él responde diciendo que no hay señal mayor que la de su persona.
También hoy seguimos pidiendo señales extraordinarios; pero ahora somos los amigos de Jesús los que pedimos. Nosotros, los creyentes, deberíamos tener claro que la búsqueda de milagros y revelaciones favorece poco una fe pura. La persona piadosa que busca señales extraordinarias puede parecer fervorosa, pero tiene una fe subdesarrollada. No se nutre de la Palabra de Dios y busca creer por haber visto. Un acreditado autor actual escribe: Se corre el riesgo de crear generaciones de personas siempre dispuestas a trasladarse en coche o en autobús de un lugar a otro para captar un mensaje, para conocer a un vidente, para asistir a manifestaciones carismáticas o exorcismos.
No hay señal mayor ni milagro más contundente que el del Crucificado-Resucitado. San Pablo dice: Los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras nosotros anunciamos un Mesías crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos (1 Cor 1, 22). Y san Juan de la Cruz: El que ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o revelación, no solo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad.
Los judíos no pudieron aceptar la señal del Crucificado-Resucitado prefigurada en el profeta Jonás. También a nosotros nos resulta complicado aceptar que la señal no sea una exhibición fulgurante de modo que el mundo proclame ya que Cristo Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre (Flp 2,11).
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