Felipe encuentra a Natanael y le dice: Hemos encontrado al que describen Moisés en la ley y los profetas: Jesús, hijo de José, natural de Nazaret.
Natanael no es tan cándido como su amigo Felipe; sabe ocultar su intimidad detrás de una cortina de ironía y de escepticismo. Pero Felipe no se deja enredar en los recelos y prejuicios de su amigo y le dice: Ven y compruébalo. Felipe es el modelo a seguir en la tarea de mediación o de intercesión que todos estamos llamados a llevar a cabo con personas de nuestro entorno; sin más, las acercamos a Jesús sin dejarnos enredar en discusiones estériles.
La vida de Natanael, o Bartolomé, da un vuelco total; como el de Pablo en el camino de Damasco. Jesús, un perfecto desconocido hasta ese momento, seduce a Natanael con estas palabras que, no sabemos por qué, le llegan al corazón: Antes de que te llamara Felipe, te vi bajo la higuera. La chispa que lo ha encendido todo han sido los ojos de Jesús. Natanael, al sentirse mirado, se siente querido y seducido. Tanto que no se contenta con lo de Hijo de José de su amigo Felipe, sino que llega a decir: Rabí, tú eres el Hijo de Dios, el rey de Israel. Y entiende con toda claridad que sí, que le queda mucho por ver: Cosas más grandes que éstas verás.
La relación del discípulo con Jesús es una relación de amistad; amistad que abre la puerta a las cosas más grandes, a los secretos más íntimos. San Juan de la Cruz lo canta así: En la interior bodega – de mi Amado bebí, y cuando salía, - por toda aquesta vega, - ya cosa no sabía; - y el ganado perdí que antes seguía.
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