Tened la cintura ceñida y encendidas las lámparas. Sed como aquellos que aguardan a que el amo vuelva de una boda, para abrirle en cuanto llegue y llame.
A santa Teresa se le ocurre comparar nuestra vida con una mala noche en una mala posada. Jesús prefiere comparar nuestra vida con la espera de los criados que cuidan con esmero la casa del dueño-amigo hasta su regreso. Es la actitud que irradian estas palabras de una oración de la misa: mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
Jesús insiste mucho en la actitud de la vigilancia; frecuentemente nos advierte del peligro de caer en el sopor producido por la satisfacción material o espiritual. Es importante, dice el Papa Francisco, no cerrarse en uno mismo, enterrando nuestras riquezas espirituales, intelectuales, materiales, todo lo que el Señor nos ha dado, sino abrirse, ser solidarios, estar atento al otro.
La vigilancia nos hace capaces de adaptarnos a situaciones imprevistas y a tomar decisiones correctas sobre la marcha; nos mantiene conscientes de la provisionalidad de lo presente; nos abre los ojos ante los peligros que acechan tras el próximo recodo del camino.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Estas palabras nos evocan al Jesús de la última cena cuando lava los pies de los discípulos con la toalla ceñida a su cintura. Jesús me quiere con la toalla siempre ceñida a la cintura, en constante actitud de servicio. Más pendiente de los demás que de mí mismo: os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros (Jn 13, 15).
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