Algunos ponderaban la belleza del templo por la calidad de la piedra.
Es el comienzo del discurso de Jesús sobre la destrucción de Jerusalén y sobre el final del mundo. Continuaremos escuchando este discurso los próximos días. El lenguaje del discurso es apocalíptico, popular entonces pero no tanto ahora.
Podemos aplicar a nuestro cuerpo y a nuestra persona lo que se decía sobre aquel magnífico templo de Jerusalén. También en nuestros templos, en nuestras personas, han entrado mercancías e ídolos. Y todos debemos pasar por un purgatorio, por una purificación, en la que habrá chirridos y rechinares de dientes y derrumbes de piedras: De esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra. Las catástrofes e injusticias del mundo no son sino un reflejo de lo que sucede en nuestro ser. Lo social es una proyección de lo personal.
Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os alarméis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato.
Las catástrofes, naturales o provocadas por el hombre, son realidades siempre presentes en la historia de la humanidad. Nadie debe servirse de ellas para difundir mensajes o revelaciones catastrofistas: Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo ‘Yo soy’, o bien ‘El momento está cerca’; no vayáis tras ellos.
No os alarméis. Este es el mensaje que los cristianos debemos transmitir al mundo; a los cercanos y a los lejanos. Jesús urge a quienes lo siguen que no tengan miedo ni se dejen engañar por falsos profetas, sino que se mantengan en la esperanza y el compromiso de construir un futuro desde el amor, la bondad y la justicia (Papa Francisco).
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