María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos.
El amor no sabe calcular. Y como el amor de María de Betania hacia Jesús no tiene límites, no le importa ni el dinero derrochado ni lo que los demás puedan pensar o decir. Ella, como María de Nazaret, representa al verdadero discípulo, a quien entiende que el amor lo es todo, y que sin amor no somos sino campanas que resuenan o platillos estruendosos (1 Cor 13, 1).
¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?
Judas sí sabe calcular. Comenzó a seguir a Jesús con el mismo fervor de sus colegas. Pero, decepcionado ante un Jesús que no es lo que él esperaba, vive cordialmente alejado de Él; sigue en el grupo por inercia. Pero está maduro para, llegado el momento oportuno, traicionar al Maestro. Mientras María de Betania ve en Jesús al amor de los amores, Judas ve en Jesús a un idealista fracasado.
Y la casa se llenó del olor del perfume.
La nota discordante de Judas infiltra desasosiego en la familia eclesial, pero no consigue eliminar el agradable aroma del perfume de María. Quienes estamos en la casa lo disfrutamos si, haciendo un ejercicio constante de higiene espiritual, no nos dejamos condicionar por negatividades propias o ajenas. Dice Jesús que a los pobres los tendremos siempre entre nosotros. Judas es el más pobre de los pobres. No hay manera mejor de ayudarlos que derramando lo más precioso que tenemos a los pies de Jesús.
Que el gesto de María de Betania nos acompañe e inspire durante esta Semana Santa.
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