25/04/2025 Viernes de la Octava de Pascua (Jn 21, 1-14)
- Angel Santesteban
- hace 2 días
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Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades.
Han regresado a Galilea, tal como les había indicado el ángel del Señor: Irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis (Mt 28, 7). Siguen juntos, aunque se diría que no saben bien a qué atenerse. El grupo atraviesa un momento delicado; faltan cuatro de ellos. Pedro decide salir a pescar y sus compañeros le acompañan: pero aquella noche no cogieron nada. Los ánimos están por los suelos.
Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Amaneciendo. El Sol está a punto de asomar en el horizonte. Jesús, desde la orilla, les anima a intentarlo de nuevo: Echaron la red y no tenían fuerza para sacarla por la multitud de peces. Esta pesca es una parábola de la pesca apostólica que Jesús pide a sus seguidores: Os haré pescadores de hombres (Mt 4, 19). Es una pesca que, sin la presencia de Jesús, resulta estéril. Es una pesca que nos muestra, una vez más, cómo al Señor le encanta sacar gran provecho de los momentos más decepcionantes de la vida. Es entonces cuando los discípulos caen en la cuenta, caemos en la cuenta, de que todo es don que viene de Él.
No podían arrastrar la red por la abundancia de peces.
La escena nos hace evocar la abundancia del vino de Caná, y los doce canastos de pan que sobraron en la multiplicación…, y la plenitud de vida que Él nos trae.
Es el Señor. Cuando, con Juan, proclamamos esto; cuando Jesús es meta, principio y fin de lo que vivimos y hacemos, entonces la vida desborda sentido y plenitud.
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