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25/05/2025 Domingo 6º de Pascua (Jn 14, 23-29)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 24 may
  • 2 Min. de lectura

La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni acobardéis.

Este capítulo catorce del Evangelio de Juan, comienza así: No os turbéis. Creed en Dios y creed en mí. Vemos preocupado a Jesús. Teme que, ante los acontecimientos de su pasión y muerte, los discípulos pierdan la fe y la paz. Le encantaría que sus discípulos, todos nosotros, tuviéramos la fe y la paz tan hermosamente proclamadas por el profeta Habacuc: Aunque la higuera no echa yemas y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios, mi Salvador (Hab 3, 17).

El Papa Francisco decía: Ningún pecado, ningún fracaso, ningún rencor debe desanimarnos a la hora de pedir con insistencia el don del Espíritu Santo que nos da la paz. Cuanto más sentimos que el corazón está agitado, cuanto más advertimos en nuestro interior nerviosismo, intolerancia, rabia, más debemos pedir al Señor el Espíritu de la paz.

La paz os dejo, os doy mi paz.

Entendamos bien que Jesús habla de su paz, no de la paz del mundo. La paz del mundo consiste en ausencia de conflictos y no es otra cosa sino un cómodo bunker, refugio del egoísmo. La paz del mundo es la paz de los cementerios. La paz de Jesús no es una paz barata. Exige lucha incesante porque, para encontrar espacio para la paz en el corazón, hay que vaciarlo antes de muchas cosas. Así lo dijo Él: No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada (Mt 10, 34).

 

No os turbéis ni acobardéis.

Podríamos turbarnos y entristecernos viendo, por ejemplo, cómo nuestros templos se están quedando vacíos. Podríamos turbarnos y entristecernos viendo, por ejemplo, nuestras incongruencias personales. Pero deberíamos tener claro, muy claro, que nada ni nadie debería arrebatarnos la paz. ¿Por qué? Porque es suficiente con creer en el amor y en la misericordia del Padre Dios.

 
 
 

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