No les tengáis miedo.
Jesús repite estas palabras hoy hasta tres veces. Lo repetirá muchas más a lo largo de los Evangelios. No habla a las multitudes; habla a los que le siguen, a los que le seguimos, a todo creyente. No tengáis miedo. ¿No se venden dos gorriones por pocas monedas? Sin embargo, ni uno de ellos cae a tierra sin permiso de vuestro Padre. Vosotros valéis más que muchos gorriones.
El miedo instintivo es algo normal y saludable. La temeridad es pariente cercana de la insensatez. Pero hay miedos que paralizan y bloquean a la persona; son miedos tóxicos, no saludables. Como el miedo de aquel siervo escrupuloso de la parábola de los talentos que, cuando vuelve su amo y le pide cuentas, dice: Como tenía miedo, enterré tu bolsa de oro; aquí tienes lo tuyo (Mt 25, 25).
La fe debe ser más poderosa que el miedo. Una fe que es confianza firme, genera inventiva y audacia. Como en la madre de Jesús que, ante el problema de la falta de vino en Caná, no se esconde aduciendo que no es asunto suyo. Se mueve, fuerza la mano de su Hijo, y el problema queda resuelto.
No les tengáis miedo.
Preguntémonos si no albergamos algún miedo que nos envenena o amarga la vida. ¿Quizá el miedo a la enfermedad física o mental? ¿O el miedo a la muerte? Preguntémonos también qué hacemos para superar esos miedos tóxicos y así afrontar tanto la vida como la muerte con talante sereno y tranquilo. Un creyente, si cultiva una sólida vida interior, no va por la vida como las tortugas; con pesados caparazones defensivos y con recelo ante todo lo que se mueve. Un creyente de sólida vida interior va por la vida como las águilas; vuela alto con las alas de la confianza y lo contempla todo desde una perspectiva desconocida para las tortugas. Un creyente de sólida vida interior no puede ser persona timorata, negativa, pesimista, o amargada.
No tengáis miedo, hasta los pelos de vuestra cabeza están contados.
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