El Evangelio de hoy es una pequeña recopilación de sentencias que Jesús pronunció en contextos y lugares diferentes.
No echéis lo santo a los perros, no echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se revuelvan para destrozaros.
No es prudente hablar de las cosas de Dios ante quienes no están preparados para ello; hacerlo sin un ponderado discernimiento puede ser contraproducente. Este aviso es especialmente oportuno para cristianos mayores que ven cómo sus hijos o nietos se han alejado de la práctica religiosa. El silencio, acompañado de la oración y del cariño, será más elocuente y efectivo que las palabras.
Tratad a los demás como queréis que os traten a vosotros. En esto consiste la ley y los profetas.
Pero, ¿cómo me trato yo a mí mismo? Lo normal es que, si me miro desde mi propia mismidad, me trate mal a mí mismo. Para tratarme bien a mí mismo, debo aprender a mirarme como me mira Dios. Y para eso, debo aprender a orar como aconseja santa Teresa: Mira que te mira (V 13, 22). Es así como llego a aceptarme y apreciarme más allá de mis miserias; es así como llego a aceptar y apreciar a los que tengo a mi alrededor más allá de sus miserias.
¡Qué estrecha es la puerta!, ¡qué angosto el camino que lleva a la vida!, y son pocos los que dan con ella.
Jesús nos dice que existe una puerta que nos hace entrar en la familia de Dios. Esta puerta es Jesús mismo. Él conduce al Padre. Y la puerta, que es Jesús, nunca está cerrada, está abierta siempre y a todos, sin distinción, sin exclusiones, sin privilegios. Jesús no excluye a nadie (Papa Francisco).
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