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25/07/2023 Santiago, apóstol (Mt 20, 20-28)

No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber la copa que yo he de beber? Ellos replicaron: Podemos.

Es la madre, Salomé, quien ha hecho la petición en nombre de sus hijos Santiago y Juan: Ordena que, cuando reines, estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Todos los discípulos de Jesús, tanto ellos como ellas, piensan que lo de Jesús conduce a una restauración del glorioso reinado de David, y todos sueñan con puestos de privilegio en la inminente nueva corte. Jesús intenta reconducir sus sueños, pero no lo consigue; mantendrán sus ambiciones de grandeza hasta después de la resurrección: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel? (Hechos 1, 6).

Jesús es paciente; sabe que la fruta del reino, como toda buena fruta, necesita tiempo para madurar y adquirir su mejor sabor. El camino que Él propone, de primeras, no resulta especialmente atractivo. Santiago y Juan dicen aceptarlo, pero no saben lo que dicen. Son fervientes discípulos de Jesús, pero todavía no saben quién es Él ni qué les ofrece. Poco a poco irán comprendiendo que el reino de Dios se construye desde el servicio y la entrega; entrega hasta la muerte, como la del Maestro. La primera lectura de hoy nos lo ha mostrado: El rey Herodes hizo degollar a Santiago, hermano de Juan (Hechos 12, 2).

El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos.

Jesús se presenta a sí mismo como modelo del discípulo. Lo volverá a hacer en la última cena después de lavar los pies de los discípulos: Si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros (Jn 13, 14). El grande y el primero no es el que ocupa puestos de autoridad, sino el que se hace servidor de todos.

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