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25/08/2020 Martes 21 (Mt 23, 23-26)

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe!

Jesús denuncia sin miramientos a las autoridades religiosas. Seis veces les llama hipócritas; cinco veces, guías ciegos. Es un toque de atención para la Iglesia en general y para cada uno de quienes la formamos en particular. Es una invitación a sopesar las prioridades de nuestra vida; a discernir entre lo más importante y lo menos importante; a no ser expertos en filtrar mosquitos mientras nos tragamos camellos.

No podemos, por ejemplo, poner más énfasis en la sacralidad del templo que en la sacralidad de las personas. No podemos, por ejemplo, robar energías a la interioridad preocupándonos en demasía de la exterioridad. No podemos, por ejemplo, permitir que la ley tenga en nuestra vida más peso que la misericordia.

Jesús denuncia a quienes, en nombre de Dios, han hecho de la ley un ídolo para enriquecerse a costa de la explotación y la manipulación de los más pobres. Denuncia su moral hipócrita que cuida con escrúpulo la imagen externa cuando por dentro su corazón está podrido (Papa Francisco).

No es difícil verse contaminado por el virus religioso del fariseísmo. Los síntomas son varios: convencimiento de que la salvación es cosa de unos pocos; desequilibrio interior anta la incapacidad para la fidelidad; dureza de corazón hacia los frágiles; preocupación por seguir ejercicios de piedad que garanticen la salvación, junto a la despreocupación por los prójimos.

La vacuna que nos inmuniza ante virus tan letal es el Evangelio. Así es cómo vamos haciendo nuestros los sentimientos de Jesús. Así es cómo sabremos de comprensión, de misericordia, de alegría.

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