Maestro, ¿cuál es el precepto más importante de la ley?
Es una pregunta malintencionada de los fariseos. Ellos, que contaban 613 preceptos y se los sabían de memoria, los cumplen escrupulosamente. Para ellos, hablar de preceptos es hablar de cumplimiento; así de sencillo. Para Jesús, hablar de preceptos es hablar de amor; así de complicado. Los fariseos preguntan convencidos de que la respuesta les dará más argumentos en contra de Jesús. Preguntémonos si no habrá también en nosotros una actitud un tanto farisea. ¿Quizá nos sentimos a bien con Dios por el hecho de cumplir una serie de preceptos de Dios y de la Iglesia? ¿No sucede entre cristianos piadosos el dedicarse con fervor a amar a Dios descuidando el amor al prójimo?
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón… Este es el precepto más importante; pero el segundo es equivalente: Amarás al prójimo como a ti mismo.
San Pablo, el antiguo fariseo intachable en el cumplimiento de los preceptos, comprendió perfectamente a Jesús: Aunque tenga una fe como para mover montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque reparta todos mis bienes y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve (1 Cor 13, 2-3). Si no tengo amor; amor del bueno, como el de Dios, universal y gratuito. El amor a Dios pasa por el amor al hermano. O tal amor de Dios no pasa de ser un espejismo: Pues si uno no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y el mandato que nos dio es que quien ama a Dios ame también a su hermano (1 Jn 4, 20).
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