Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete.
Jesús se permite a veces libertades salpicadas de humor. Hoy compara su gozosa venida con la aborrecida visita de un ladrón. La imagen no importa; importa la intención: quiere que no nos despistemos, que vivamos siempre despiertos.
¿Quién será el criado fiel y prudente a quien el amo pondrá al frente de la servidumbre, para que les reparta las raciones de comida a su tiempo?
Al frente de la servidumbre. Nuestro poderoso ego posee la increíble habilidad de transformar el servicio en instrumento de dominio y de control; es capaz de hacerse con una autoridad que no le ha sido dada. Sabe, además, justificar esa arrogancia con sutiles argumentos de competencia o de falso cariño.
Para ser servidores fieles y prudentes del prójimo necesitamos tener la vida constantemente iluminada por la luz de la Palabra de Dios encendida en el silencio de la oración. De no ser así, el servicio al prójimo se transforma poco a poco en servicio a uno mismo.
Todos retomamos con fervor una y otra vez el camino del seguimiento de Jesús. Pero, pronto, la monotonía de la cotidianidad nos instala en la rutina y en la mediocridad. El paso del tiempo es capaz de oxidar metales y espíritus. La mejor manera de mantener el espíritu bien despierto es iluminándolo constantemente con la luz del Evangelio.
El triunfo de Jesús al final de los tiempos, será el triunfo de la Cruz; la demostración de que el sacrificio de uno mismo por amor al prójimo y a imitación de Cristo, es el único poder victorioso y el único punto fijo en medio de la confusión y tragedias del mundo (Papa Francisco).
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