25/12/2025 Natividad del Señor (Lc 2, 1-14)
- Angel Santesteban

- hace 13 horas
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Estando allí, le llegó la hora del parto y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre.
Envuelto en pañales y acostado en un pesebre. ¿Nos damos cuenta de la barbaridad de nuestra fe cristiana cuando afirmamos que ese bebé es Dios? Este gran día de Navidad debe servir para que, contemplando al niño del pesebre envuelto en pañales, nos preguntemos si de verdad creemos lo que decimos creer. Porque si de verdad creemos lo que decimos creer, es para quedarnos pasmados, deslumbrados, aturdidos, embobados. Si Dios nos ama tanto, ¿qué podemos temer? Nada ni nadie, tampoco los más feos y horribles pecados, podrán separarnos de semejante amor.
Este Dios que vemos en el niño del pesebre es un Dios totalmente diferente al de otras religiones. El nuestro es un Dios increíble: pequeño, frágil, vulnerable, dependiente... No tiene nada de espectacular o grandioso. Todo es humilde. Junto a Él, un hombre y una mujer muy humildes. Y unos animales, y unos pastores…
Cuando al comienzo de los tiempos Dios comenzó a manifestarse, en la creación, lo hizo con un despliegue espectacular de lo más epidérmico de su ser: su poder. Ahora, en la plenitud de los tiempos, Dios manifiesta lo más profundo de su ser: su amor. Es algo inimaginable, asombroso. Con razón el ángel de Belén dice a los pastores y nos lo dice a todos: Mirad, os doy una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo. Y san Pablo, en la segunda lectura, nos ha dicho que la gracia de Dios que salva a todos los hombres se ha manifestado (Tit 2, 11).
Hoy, contemplando al niño de María, recostado en un pesebre y envuelto en pañales, es el día para alegrarnos porque nos ha nacido el Salvador. Es también el día para comprometernos con los más necesitados. Las dos cosas: alegría y compromiso.
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