Guardaos de los falsos profetas que se os acercan disfrazados de ovejas y por dentro son lobos rapaces.
La Biblia llama profetas a quienes proclaman mensajes recibidos de Dios. No es lo mismo ser profeta que ser predicador. Los falsos profetas hacen uso de Dios y de la religión en beneficio propio. Los hubo ayer y los hay hoy. Muchos de ellos, a fuerza de repetirlo, llegan a creer que su mentira es verdad. Llegan, como dice Jesús, a matar pensando que están dando culto a Dios (Jn 16, 2). Los ojos del falso profeta están ciegos porque les falta la luz de la Palabra de Dios; los oídos del falso profeta están sordos porque falta humildad para escuchar a otros. La primera cualidad del verdadero profeta es la humildad. El falso profeta se pone a sí mismo por delante del mensaje; el verdadero profeta desaparece detrás del mensaje. Es verdadero profeta quien ayuda a comprender y vivir la Buena Noticia de Jesús. Es verdadero profeta quien no se cansa de proclamar el amor y la misericordia de Dios.
Por sus frutos los conoceréis.
Es fácil discernir entre frutos buenos y malos. No lo es tanto discernir entre frutos buenos y mejores. Y es importante saberlo, porque el fruto bueno puede convertirse en el peor enemigo del fruto mejor. Y quienes seguimos a Jesús estamos llamados, como el joven rico del Evangelio, no a lo bueno, sino a lo mejor.
Tengamos presente también a los falsos profetas que no son de carne y hueso. ¿Qué formas asumen estos falsos profetas? Son como encantadores de serpientes. ¡Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos (Papa Francisco).
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