El libro llamado Protoevangelio de Santiago, escrito en torno al año 150, nos dice que los padres de la madre de Jesús se llamaban Joaquín y Ana. La iglesia más antigua dedicada a santa Ana está en Jerusalén, cerca del templo. Hoy celebramos la fiesta de los abuelos de Jesús. Hoy, como dice el Papa Francisco, deseamos reconocer, valorizar y agradecer, con amor y generosidad, lo que todos los abuelos y mayores han hecho, hacen y harán, desde su rol insustituible de maestros de la vida.
Vosotros escuchad la explicación de la parábola del sembrador.
La explicación de la parábola del sembrador encaja bien con esta fiesta que nos invita a valorar la sabiduría de los mayores. La parábola nos invita a la profundidad; a no dejarnos arrastrar por la superficialidad, tan propia de nuestro mundo y de la que somos fácil presa en los años de juventud: Lo sembrado entre cardos es el que escucha la palabra, pero las preocupaciones mundanas y la seducción de la riqueza la ahogan y no da fruto. Los medios de comunicación y las redes sociales son grandes aliados de la superficialidad. A fuerza de palabras y de imágenes, nos aíslan de los prójimos y hacen de nosotros consumidores compulsivos.
Frente a tanto ruido y tantas palabras, el silencio y la Palabra. Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas (Hb 4, 12).
Aprendamos de nuestros mayores. Parecen instalados en la Palabra, porque no hay en ellos entusiasmos veleidosos, ni se dejan llevar por sensaciones del momento. Y saben hacer brillar la vida gris de cada día irradiando paz.
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