Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen.
Jesús confirma lo dicho poco antes como conclusión de la parábola del sembrador: Lo que cae en tierra fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen y dan fruto con perseverancia. Volverá a repetirlo más tarde, cuando responde a la mujer que proclama dichosa a María por ser su madre: ¡Dichosos, más bien, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen! (Lc 11, 28).
Se le presentaron su madre y sus hermanos, pero no lograron acercarse por el gentío.
Exceptuando a la madre, los Evangelistas no nos ofrecen una buena imagen de la parentela de Jesús: Ni sus propios parientes creían en Él (Jn 7, 5). Y en otro lugar: Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de Él, pues decían: está fuera de sí (Mc 3, 21). María, aunque no está cómoda, se siente forzada a acompañar a sus parientes.
Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte.
Es cosa buena y saludable sentir cariño por la propia familia, el propio pueblo y el propio país. Pero deja de ser cosa buena y saludable cuando eso nos cierra a los demás. Lo vínculos de unión más fuertes del seguidor de Jesús sobrepasan las fronteras de la sangre o de la geografía. Son los vínculos de la fe y del amor. En la gran familia de Jesús, que es la humanidad entera, los más desfavorecidos son los primeros.
Comenta el Papa Francisco: Esto es lo que Jesús dice que hacen su verdaderos parientes, sus verdaderos hermanos: escuchar con el corazón la Palabra de Dios, y luego ponerla en práctica.
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