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26/09/2024 Jueves 25 (Lc 9, 7-9)

Herodes comentaba: A Juan yo lo hice decapitar. ¿Quién será éste de quien oigo tales cosas? Y deseaba verlo.

Todo el mundo, también Herodes, se hacía preguntas sobre la identidad de Jesús; unos por sana inquietud, otros, como Herodes, por frívola curiosidad. Quiere ver a Jesús, pero sin dar un paso, sin salir de su palacio. Ni siquiera se le ocurre invitar a Jesús a su mesa. Herodes es un buen representante de quienes viven a nivel de lo epidérmico, en busca de experiencias y sensaciones, sin densidad interior. Impresionantes las apariencias, decepcionantes las consistencias. Tan lleno de sí mismo que no le queda espacio ni para Dios ni para los demás.

El caso es que Herodes verá cumplido su deseo. Lucas es el único Evangelista que nos ofrece el encuentro de Herodes con Jesús durante la noche de la Pasión: Cuando Herodes vio a Jesús se alegró mucho… Le hizo numerosas preguntas pero Él no respondió nada (Lc 23, 9). Herodes, que esperaba un bonito espectáculo, queda defraudado. Jesús pone en práctica lo dicho en una ocasión: No echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen y después, volviéndose, os despedacen (Mt 7, 6). Inútil dirigir la palabra a quien no tiene una mínima disposición para la escucha.

¿Quién será éste? A los judíos, tan religiosos pero tan dependientes de su pasado, les resultaba difícil aceptar la novedad de Jesús. Para ellos, todo estaba dicho, todo estaba escrito, todo era inalterable. Podemos preguntarnos si no sucede algo parecido entre nosotros. ¿No es cierto que nuestro venerable pasado, a nivel personal o institucional, se ha convertido en una rémora que nos impide a aspirar a aquellas cosas mayores de las que Jesús habló a Natanael? (Jn 3, 50).

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