26/10/2023 Jueves 29 (Lc 12, 49-53)
- Angel Santesteban
- 25 oct 2023
- 1 Min. de lectura
He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya hubiera prendido!
Palabras que evocan las pronunciadas al sentarse a la mesa de la última cena: Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer (Lc 22, 15). También las del precursor Juan: Yo os bautizo con agua…; Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego (Mt 3, 11).
El fuego con el que Jesús quiere envolver y hacer arder toda la tierra se encenderá en llamarada inconmensurable el día en que sea elevado de la tierra; entonces atraerá a todos hacia Él (Jn 12, 32). Su deseo más ardiente, dice el Papa Francisco, es traer a la tierra el fuego del amor del Padre, que ilumina la vida y a través del cual el hombre se salva. Él nos llama a difundir este fuego en el mundo, gracias al cual seremos reconocidos como sus verdaderos discípulos.
¿Creéis que estoy aquí para poner paz en la tierra? No, os lo aseguro, sino división.
Este Jesús, tan vehemente, no encaja con la imagen edulcorada que podemos tener de Él. Por eso es bueno contemplarle exteriorizando su drama interior ante el rechazo generalizado de su pueblo. En verdad, Él es nuestra paz (Ef 2, 14). Pero la suya no es la paz de la tumbona, de la componenda, del siervo instalado que, para librarse de problemas, entierra el dinero del amo. La paz de Jesús es fruto de opciones tan llenas de riesgo como de confianza. La paz de Jesús es la de aquellos dos siervos que, después de trabajar y sudar y arriesgarse, se presentan contentos ante el amo.
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