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27/06/2024 Jueves 12 (Mt 7, 21-29)

No todo el que me diga: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de Dios, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo.

Unas palabras de san Juan, en su primera carta, pueden servir de comentario a lo que nos dice Jesús: Quien dice que le conoce y no cumple sus mandamientos, miente (1 Jn 2, 3). En los profetas vemos la queja frecuente de Dios ante la falta de coherencia entre religión y vida. Por ejemplo: Retirad de mi presencia el barullo de los cantos, no quiero oír la música de la cítara; que fluya como el agua el derecho y la justicia como arroyo perenne (Amos 5, 23).

Lo que Jesús quiere no son rezos y devociones, sino cumplir la voluntad de mi Padre del cielo; voluntad del Padre que coincide con la suya. Ésta es su voluntad: Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado (Jn 15, 12). Todo lo demás es secundario. Los humos del incienso no deben enturbiar la visión impidiendo ver al hermano en el lugar de Dios. El amor a Dios,  se pone de manifiesto en el amor al hermano. De no ser así, la casa que construimos podrá ser aparentosa pero estará edificada sobre arena.

Quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a un hombre prudente que construyó su casa sobre roca.

Una parábola en la que, de nuevo, Jesús habla de sensatos e insensatos; no de santos y pecadores. San Juan ilumina la parábola: Si alguno dice: Yo amo a Dios, y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1 Jn 4, 20).

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