¿Quieres que vayamos a arrancarla? No, no sea que al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo.
Escribe san Pedro en su segunda carta: Dios usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión… La paciencia de Dios juzgadla como salvación (2 P 3, 9; 15). Y san Pablo en su primera carta a Timoteo: Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4). Todos estamos necesitados de la paciencia de Dios porque en todos hay trigo y cizaña.
A Dios le resultaría sencillo eliminar la cizaña, pero prefiere su campo con cizaña: el campo del mundo, y el de cada uno de nosotros. ¿Por qué? Porque, como dice san Pablo, Dios ha encerrado a todos en la desobediencia para apiadarse de todos (Rm 11, 32). Así que si Dios no quiere arrancar la cizaña, no nos corresponde a nosotros hacerlo; ni nos corresponde amargarnos la vida por la presencia de tanta cizaña en el mundo o en uno mismo. Suspirar por una Iglesia libre de cizaña ha sido una tentación de ayer y de hoy. Un grupo de personas perfectas, además de imposible sería insufrible.
La fe madura conduce a la convivencia pacífica y serena con la cizaña; con las limitaciones propias y ajenas. Santa Isabel de la Trinidad dice: He aquí un hecho consolador: mis debilidades, mis aversiones, mi ignorancia, hasta mis propios defectos cantan la gloria del Eterno.
La fe madura libera del orgullo de pensar que si la historia personal o universal estuviera en mis manos, ¡algo mejor irían las cosas!
La fe madura ofrece la certeza de que el Reino de Dios crece infaliblemente en medio de la miseria humana.
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