Estando Él una vez orando a solas, se le acercaron los discípulos y Él los interrogó: ¿Quién dice la multitud que soy yo?
En el Evangelio de ayer veíamos cómo Herodes no sabía a qué atenerse sobre la identidad de Jesús: ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas? Pero al Señor le importa poco lo que otros digan; le importa lo que nosotros, sus amigos, digamos de Él.
Lo que yo sé y digo de Jesús depende de cosas como la formación recibida, o del ambiente que respiro. Pero depende sobre todo del Espíritu, porque nadie puede decir: ¡Señor Jesús! si no es movido por el Espíritu Santo (1 Cor 12, 3).
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
El Papa Francisco dice: Jesús nos pregunta hoy a cada uno de nosotros: ¿Quién soy yo para ti? ¿Tendremos el valor de apropiarnos de algunas hermosas respuestas dadas por grandes amigos de Jesús y de repetirlas con gusto?
Por ejemplo, la respuesta dada por san Pablo: Todo lo considero pérdida comparado con el superior conocimiento del Mesías Jesús, mi Señor; por el cual doy todo por perdido y lo considero basura con tal de ganarme al Mesías y estar unido a Él (Flp 3, 8).
O la respuesta dada por el Padre Arrupe al final de su vida: Toda mi vida, desde mi juventud, he deseado estar en las manos del Señor. Hoy es el Señor mismo el que tiene toda la iniciativa. Os aseguro que saberme y sentirme totalmente en sus manos es una experiencia muy profunda.
Son muchos los caminos que conducen al conocimiento de Jesús: la teología, los sacramentos, los prójimos… Pero nos conducirán a un conocimiento deficiente si no comenzamos por familiarizarnos con los Evangelios.
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