Os aseguro que esa pobre viuda ha puesto más que todos.
En el pregón del Reino que son las Bienaventuranzas, Jesús nos mostraba la radical diferencia entre los valores del mundo y los del Evangelio. Hoy Jesús nos invita a contemplar esa radical diferencia en el gesto de las dos monedicas de la viuda pobre. Es un gesto que habla con elocuencia de desprendimiento y de confianza; desprendimiento de todo, incluida ella misma, porque tiene puesta toda su confianza en Dios. Es un gesto hecho con naturalidad; en el anonimato. El único que se entera es Jesús; aprovecha la ocasión para adoctrinar a los discÃpulos.
La vida y la predicación de Jesús están dominadas por la idea del advenimiento del reino de Dios encarnado en su persona. Es un advenimiento humilde y discreto, carente de espectacularidad, realizado en la interioridad de personas como la viuda pobre. El corazón de esta mujer goza de muy buena salud; late al mismo ritmo del de MarÃa de Nazaret, la dichosa por haberse fiado; al ritmo del de MarÃa de Betania, la que quebró el frasco de un costoso perfume para derramarlo sobre la cabeza de Jesús (Mc 14, 3).
Contemplamos a este Jesús. Contemplamos cómo contempla; cómo sus ojos entran en lo profundo del corazón. Contemplamos también a la viuda pobre que tanto nos enseña a quienes vivimos condicionados por medios de comunicación y opiniones públicas. Buena representante de tantos hombres y mujeres que, desde el perfecto anonimato, transfiguran el corazón de Jesús: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños (Mt 11, 25).